
Bisiesto y olímpico se presenta el Año Nuevo del que estamos a punto de consumir el primer día. Ya le queda casi lo mismo que nos duró 2011. Doce uvas guiado por el reloj del kilómetro cero, reloj de indignaciones, reloj de medianoches, Puerta del Sol en doce campanadas. Misa catedralicia, comida familiar y la marcha Radetzky para despedir la tarde. Reencuentros y conversaciones, divergencias y confianzas. Primer acto de un año de cambios vitales, sobre todo uno, el matrimonio que celebraremos María Teresa y yo, Dios mediante, el 22 de septiembre. Antes habré dejado la secretaría de la Vera Cruz, después de siete años, y habré completado el período de especialización en Medicina Familiar y Comunitaria, tras cuatro años en Zamora. Vertiginoso 2012, que recibo con esperanza renovada, con esperanza siempre viva, con esperanza cristiana.