domingo, 11 de noviembre de 2012

De par en par Salamanca

 

 
Un año más, y van cinco: 2008, 2009, 2010, 2011, y este otoño de 2012 que ha entrado en fríos sin que apenas asome el tímido sol, "amarillo y fugaz", del veranillo de San Martín. Poco escribo en este Despiertos para amar, pero veo que, al menos, siempre me ha servido como excusa para hacerlo alguna de las visitas de Las llaves de la ciudad. La cola del lunes pasado me abrió las puertas de la Sacrístía de la Catedral Nueva y del Convento de Santa Isabel, de la mano de Mariano Casas. Pocos habrá que se le igualen en detalles en la explicación y en apasionamiento a la hora de desvelar lo que encierran esos sagrados lugares. Teatralizada esta vez la siempre indispensable visita a San Esteban, allí donde Colón soñara con algo, allí donde Unamuno pidiera respuestas, allí donde almirante, rector y tantos otros escucharan a las piedras y las supieran vivas, siempre elocuentes, siempre maestras. Esta mañana de domingo, haciendo ya acopio de resistencia para otra cola de lunes, el destino ha sido el Monasterio de la Anunciación, nuestras queridas vecinas las Úrsulas, y después la iglesia de Santa María de los Caballeros, que ahora rige el padre Nicodim para que los hermanos ortodoxos rumanos recen con él al que es un solo Dios y Padre. El sepulcro del Arzobispo Fonseca y las pinturas del antiguo retablo bien merecen padecer los rigores del noviembre salmantino, y que, curioseando en el bolsillo, junto a las llaves de casa, te topes, de vez en cuando, con las de tu ciudad.
 

viernes, 2 de noviembre de 2012

Sueltas en surcos de amores

Honda impresión, de las que dejan poso, de las que tocan la fibra hasta conmoverla, causó en mí el relato manuscrito de Marañón sobre sus viajes a Las Hurdes, uno de ellos junto al rey Alfonso XIII, con las correspondientes fotografías de Campúa. Han pasado noventa años. Y más desde que el viaje real contestara a las súplicas enérgicas del obispo Pedro Segura, entonces en Coria, luego cardenal de Toledo y de Sevilla, y la denuncia en verso de Gabriel y Galán, ambas incluidas en el libro. Clamaban prelado y poeta por la penuria que sufrían los hurdanos, hundidos en la miseria de su hermosa montaña: "De hambre del alma se mueren, se mueren de hambre de pan". Demandaban el socorro del primero de los españoles: "Que Dios corona a los reyes / para que a mundos mejores / lleven innúmeras greyes, / mejor que atadas con leyes, / sueltas en surcos de amores". Estas semanas he paseado por los escenarios de la real visita, imaginando cómo la lluvia hubiera enfangado las sendas, ahora de asfalto. Hoy escribo en Casares de las Hurdes. Otros días, en Fragosa, en Martilandrán, en El Gasco, en Nuñomoral... Pueden leerme, al instante, en la otra punta del planeta. Hace noventa años, y menos, era un triunfo para estos hermanos "jurdanos" alcanzar los valles vecinos, respirar otro aire si no más puro, sí más esperanzador. Estas semanas he entrado en casas nuevas donde se vive a la usanza antigua, como si todavía hubiera que convivir con el ganado en los establos-vivienda de pizarra. Rostros que aparecen, quizá, en las instantáneas de Campúa, porque algún que otro nonagenario me he encontrado. O en los planos de Buñuel. Rostros supervivientes. Las Hurdes siguen impactando. Y los grandes de la tierra han de seguir escuchando denuncias y gritos de socorro, y todos hemos de darnos por aludidos, porque ante tanto dolor, ante tanta hambre, sólo queda seguir trabajando por la Justicia encendidos en la Caridad. Eso he visto en el Cottolengo: Amor de los amores en el centro, Amor cierto y entregado.