miércoles, 30 de marzo de 2011

Hic sunt dracones

Cuando en mi verano mejicano, allá por 2005, visité la Catedral de Monterrey, me topé con un cuadro grande en el que un cura con gafas impartía la bendición con el Santísimo. Ese cura era un santo no exento de leyenda, siendo tan cercano en el tiempo, y no exento de polémica, precisamente por eso. Y por su obra: la Obra. Jose María como empecé a nombrarlo y creo que le bautizaron, o Josemaría como se nombra ahora y le honra la Iglesia entre sus santos, es uno de los dos protagonistas de la película que acabo de ver: ésta. Una historia de perdón, de la Misericordia que permite burlar los dragones que, inevitablemente, todos encontramos, dentro y fuera, al poco de emprender la travesía. El santo del Opus, el santo de sotana y acento aragonés, el santo súbito, el santo de los tecnócratas en el gobierno de Franco, de lo oscuro y misterioso (ríos de tinta se han vertido) es, primero, santo. Contemplarle en los años de la Guerra (in)Civil, perseguido y pacífico, sin palma martirial porque Dios no quiso, como lo muestra el largometraje de Roland Joffé, me le hace digno de admiración, y hasta de devoción. Me acercaré a su figura. También me gustaría acercarme a su obra, la Obra, a través de quienes en ella viven la vocación cristiana, pero a menudo les querría más presentes y reconocibles en la Iglesia plural y visible, pobre y alegre, en la que me ilusiona peregrinar.

2 comentarios:

  1. Anónimo1.4.11

    Y sin embargo algunos creemos que es mucho más recomendable acercarse a la obra que a la Obra. Muchísimo más.

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  2. Puede ser. De todos se aprende, y en múltiples lugares y momentos. Un saludo.

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