Sigo leyendo la trilogía de Benedicto XVI sobre la persona de Cristo, degustándola, finalizando ya el volumen dedicado a la vida pública, desde el Bautismo hasta la Transfiguración. Pero no esperaba volver a escribir tan pronto sobre el Papa, que hace dos días proporcionó la noticia del año con su renuncia a la sede de Pedro. Lo que ha decidido en oración, en libertad, en cercanía con el Señor, nos impacta, pero ante todo nos conmueve y nos invita a la esperanza. Rescato un párrafo de Porta fidei, la carta por la que Benedicto XVI ha convocado este Año de la Fe: La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la
vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están
llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor
Jesús nos dejó. Precisamente el Concilio, en la Constitución dogmática Lumen Gentium, afirmaba: «Mientras que Cristo, “santo, inocente, sin mancha”
(Hb 7, 26), no conoció el pecado (cf. 2 Co 5, 21), sino que vino
solamente a expiar los pecados del pueblo (cf. Hb 2, 17), la Iglesia,
abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de
purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación. La Iglesia
continúa su peregrinación “en medio de las persecuciones del mundo y de los
consuelos de Dios”, anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva
(cf. 1 Co 11, 26). Se siente fortalecida con la fuerza del Señor
resucitado para poder superar con paciencia y amor todos los sufrimientos y
dificultades, tanto interiores como exteriores, y revelar en el mundo el
misterio de Cristo, aunque bajo sombras, sin embargo, con fidelidad hasta que al
final se manifieste a plena luz». Bajo sombras, propias del hombre, pero con fidelidad, propias de quien se ha fiado de Dios, de quien se ha entregado, se ha comprometido, ha aceptado la propuesta de Cristo y ha edificado en Él su vida. Bajo sombras, siempre necesitados de purificación, de conversión, siempre lastrados por limitaciones y debilidades, incoherentes, inconstantes... Bajo sombras, pobres instrumentos los que Dios escoge, porque se fía del hombre, de su criatura. Siempre espera, siempre aguarda, siempre perdona. Una aventura juntos la que vivimos tantos miles de católicos, la mayoría jóvenes, llegados desde los cinco continentes a aquella explanada de Cuatro Vientos. El intenso calor de un sábado de agosto derivó en tormenta, pero no quiso el Papa rendirse ante el aguacero. "Una aventura juntos". Ahora se retira. El Señor le muestra que desde la oración servirá mejor a la Iglesia, y vuelve a fiarse de Él. Gracias, Santidad, por la aventura de aquella noche, y por sus palabras de maestro que me están ayudando a conocer más y mejor al que es su Señor y el mío, Jesucristo.