jueves, 30 de diciembre de 2010

Tempus fugit

Pronto los calendarios de paredes, carteras y repisas verán cómo cae sobre ellos el peso inexorable de una justicia que no es rápida ni lenta, sino el tiempo en sí mismo, en su velocidad exacta, tan inexactamente percibida. Si guardan algo que merezca ser recordado, quizá sean recompensados con una estancia, de duración impredecible, en el baúl de los recuerdos: hasta la próxima limpieza general, hasta que el baúl diga basta, hasta que el árbol de la nostalgia no soporte tanto ramaje. Si nada ni nadie sale en su defensa, morirán en un féretro azul instalado en plena calle (el verde es para las botellas con que se riegan estas anuales exequias, en las que las campanas sólo doblan doce veces). Por el desfiladero del tiempo, un torrente de análisis, balances y consideraciones varias, listas y premios, elencos detallados de los que se fueron (¡qué buenos todos!) y pronósticos aventurados de lo que vendrá, profecías y deseos, racimos de uvas hechos docenas y buenos propósitos hechos promesas de dudoso cumplimiento. Marcha un año y con él la década, dicen, aunque siempre dudo al llegar al cero, y nunca me cuadran las cuentas de siglos, milenios y décadas prodigiosas. Los ritos conclusivos comienzan, para que luego todo vuelva a empezar, regalando a paredes, carteras y repisas nuevos inquilinos, alguaciles de cronológicos avisos, puntuales informadores y precisos pregoneros. Con más fechas negras que rojas. Con menos noticias mañana que ayer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario